sábado, 17 de noviembre de 2012

El cáncer que se equivocó de cuerpo



Después de superar la enfermedad, Markel Irizar repasa para DEIA sus diez años de lucha por la vida



alain Laiseka - Sábado, 17 de Noviembre de 2012 - Actualizado a las 05:41h

Arrasate

El lunes condujo su coche hasta el hospital de Cruces con el miedo a una respuesta y cuando la escuchó, Markel Irizar puso el cuentakilómetros a cero. Empezaba una nueva vida. La de después del cáncer. Le ha vencido tras una década de lucha. De 2002 a 2012. Ahora que ha pasado, acepta la propuesta de DEIA de comprimir esa etapa en siete capítulos. Echa la vista atrás y habla sin tabúes del miedo a la muerte, la enfermedad, la quimio, su mujer y sus hijos, Armstrong y la liberación de hace unos días cuando supo que todo había acabado. Conversa en la cocina de su caserío de Arrasate en torno a un café cortado y cada palabra que se desliza entre sus labios está cargada de un deseo insodable de vivir cada segundo como si fuera el último. "Armstrong decía que para vencerle, al cáncer hay que decirle que se ha equivocado de cuerpo". Eso hizo Irizar. En su cuerpo no hay sitio para el cáncer; está lleno de vida.



16 de septiembre de 2002



Habían apagado la luz de la habitación que compartían durante la Vuelta al Goierri de 2002 y Xabier Atxa se revolvía inquieto sobre la cama. Entre susurros, le contó a Markel Irizar que no se encontraba bien, que la novia de su mejor amigo se había muerto de cáncer y que le remordía la conciencia porque sentía que no le había apoyado lo suficiente. Atxa hablaba envuelto en el misticismo de la noche de que no podía hacerse a la idea de que la enfermedad se hubiese llevado la vida de una chavala de 20 años, que él siempre había pensado que ese tipo de muerte solo estaba en el decálogo de la gente gastada por la carrera de la edad. A Markel le sedujo la reflexión. Pensó en voz alta que tenía que ser una caña que, como Armstrong, notases de repente un bulto en los testículos y que fuese un cáncer. Estaba haciendo el gesto mientras lo estaba diciendo. Entonces lo sintió. Se estremeció y gritó. "¡Enciende la luz que me he notado algo!". Atxa se enfadó. "Que sea la última vez que bromeas con algo así", le recriminó a Irizar, que, serio, insistió en que encendiese la luz. Entonces volvió a palparse. Estaba allí. No era broma.



Días después, a Irizar le detectaron un tumor maligno en una clínica privada de Beasain. El regreso a su casa de Oñati fue dramático. Iba solo y le atormentaba la idea de tener que contarle a ama lo que estaba pasando, el cáncer y el fantasma de la muerte, otra vez la muerte, aleteando sobre el tejado de la casa de los Irizar, donde tres años antes se había suicidado su aita arrojándose por el balcón. Esa idea le fue llenando de pena la pupila. Conducía y lloraba. Por ama. "¿Cómo le digo ahora esto?", recuerda que se preguntaba. También pensaba en Alaitz, su novia desde hacía un año. "Qué marrón para ella", se repetía. Y lloraba.



Alaitz



Markel y Alaitz se conocieron en 2001 en un duatlón. Él había ido a ver competir a un amigo y ella, a su primo. Allí se cruzaron sus vidas. Les unió el deporte, que les apasionaba a ambos, y una biografía similar en la desdicha; Alaitz, también hija única, había perdido a su aita cuando ella era una niña.



Al saber que tenía cáncer, Markel se sentó con Alaitz decidido a liberarle de esa carga. Le pidió que se marchara y le dejara, que lo entendía. "Le dije lo que pasaba, que solo llevábamos un año, que su vida ya había sido bastante jodida hasta entonces y que daba por bueno que lo dejásemos en ese momento. Le conté que me podía quedar estéril. Y que también me podía morir. Y que si eso ocurría le iban a señalar como la viuda de... y que yo no quería arruinarle la vida a nadie", recuerda Markel. La respuesta de Alaitz fue una declaración de amor eterno. "No, no", le dijo ella; "esto va a ser una lucha entre los dos. Si sale bien, bien; si sale mal nos jodemos los dos. No voy a dejarte ahora".



"La lucha por mi vida, que era la de los dos, ha hecho que nuestra relación sea mucho más estrecha", reflexiona Irizar, que rememora los viajes al hospital en coche con su suegra, "una mujer dura como una piedra", y esas conversaciones en las que ella le decía que si no podían tener hijos no pasaba nada, que podían adoptar y listo y que todo saldría bien. Markel le respondía que no, que él quería tener hijos.



Xabat, Aimar y Unai



El primer espermiograma que le hicieron a Markel decía que solo tenía un 15% de movilidad. Le dijeron que, a no ser que se recuperara ese porcentaje, iba a ser difícil que pudiese tener hijos. Y que, de todas maneras, no podía esperar mucho tiempo. "Nos pusimos al tema cuando tenía 26 años, dos después de la quimio". En dos meses Alaitz se quedó embarazada. Y nueve después nació Xabat. "Fue una caña. Mis amigos se reían y me vacilaban con eso de que joe con el que no valía. Fue una gozada porque pensábamos que nos iba a costar. Por eso también le pusimos muchas ganas. Es como todo en la vida. Si te prohiben el azúcar, lo deseas más que nada; si no te dejan andar en moto es lo único que quieres hacer. A mí me dijeron que iba a ser difícil que tuviese hijos y desde que lo escuché fue lo primero que quería en este mundo". Alaitz y Markel querían tres. "Con dos me iba a quedar con pena". Y tiene los tres que quería: Xabat, Aimar y, desde hace menos de dos meses, Unai. "Ahí están. Es de lo que más orgulloso estoy en esta vida". Suele decir que más que su familia, ese va a ser su equipo. "Tengo la imagen futura de, cuando deje la bici, estar viajando con ellos en una caravana camino de los Alpes para subir montañas. O a la costa para hacer surf. Lo veo así. Quiero cumplir mis sueños junto a ellos".



La enfermedad



Cáncer es la palabra maldita. "Está unida a la muerte". Lo primero que Markel le pidió a Itziar, la oncóloga, es que fuese clara y directa, como la pregunta: "¿Cuántas probabilidades tengo de cascarla?". Le respondió que tenía un 97% de posibilidades de curarse. "Yo le dije que entonces hiciese lo que tuviese que hacer, cualquier cosa, para salvarme". La oncóloga le contó que la radiología no servía porque era un tumor demasiado agresivo y que había que dar quimio. Veinte sesiones.



Irizar fue un paciente duro y sufridor durante las sesiones y temerario cuando volvía a pisar la calle. Una vez se montó con Javier Ruiz de Larrinaga en el coche y se piraron a Jaca a hacer esquí de fondo. Y otro, a andar en bicicleta. Ese día, mientras paseaban, llamó la ama de Larrinaga para saber qué tal iba Markel. "Este no se muere ama, todavía no", le respondió Javi. A Itziar, la oncóloga, no le hizo tanta gracia ni lo del esquí ni lo de la bici. "Cuando se lo conté casi me echa de la consulta. Me decía que a ver si estaba loco, que no tenía defensas y que había corrido un riesgo enorme. Le respondí que yo necesitaba sentirme vivo, que no podía quedarme en casa con el pijamita como si fuese un enfermo". Pero lo era.



Algunas veces, "cuando me sentía jodido de verdad", se escondía en su cuarto, echaba las persianas, apagaba la luz y se aislaba del mundo. Otras, sentía miedo al acordarse de la muerte y pensaba que no era justo, que le quedaban muchas cosas por hacer. Los hijos, sobre todo eso, los hijos. Se preguntaba qué había hecho mal para tener que sufrir primero la tragedia del padre y luego esto, el cáncer y la lucha a muerte por la vida.



En ese trayecto fue vital Alaitz, claro, pero también Kepa Zelaia. Un día de quimio y caminatas por los pasillos de Cruces agarrado al gotero, le sonó el teléfono. Contestó. Era Zelaia. "Yo no le conocía y me vino a decir que para cualquier cosa que necesitara iba a estar ahí. No lo olvido nunca. Me iba diciendo todos los pasos de la quimio. Los vómitos, la caída del pelo... Fue mi gran apoyo psicológico, además de Alaitz. Me daba seguridad que me dijese una cosa y se cumpliese. Me parecía Dios. Y empecé a pensar que si él me decía que me iba a curar, me curaría". Algunas días, Zelaia le llamaba y le invitaba a pasar la tarde en su casa de Elorrio. Para Markel era una sesión de psicología impagable. Salía de allí eufórico. Y en la puerta, al despedirse, se giraba y le decía: "Me voy de aquí con una chispa que si me pones una bici ahora bato el récord de Elgeta". "Perdí a mi padre con 18 años y la relación con Kepa sustituyó ese vacío". Era un padre para él. En 2006 a Markel le volvieron a operar de un tumor benigno. Cuando despertó y abrió los ojos, al primero que vio fue a Zelaia. "Me atendía a cualquier hora y me ayudó a superar el cáncer con dignidad".



Armstrong



En una de las largas charlas terapéuticas entre ambos, Markel le contó a Kepa que cuando era junior le escribió una carta a Lance Armstrong mientras este luchaba contra el cáncer y que el texano le respondió agradecido. "Thanks for your support" (Gracias por tu apoyo). Ahí quedó. Irizar empezó la quimio en noviembre de 2002 y apenas dos meses después, en Navidad o así, encontró en el buzón un sobre con remite estadounidense. Dentro, unas líneas escritas de puño y letra por Armstrong. "Me decía que me iba a poner bien, que creyese en mis posibilidades, que ahora quizás lo viese todo negro, pero que cuando me recuperase iba a ser igual de fuerte, o incluso más, que antes". Armstrong escribió a Irizar porque Kepa le había contado su historia. También fue Zelaia el que bastantes meses después, cuando se había recuperado y era ya profesional con Euskaltel-Euskadi, subió al autobús del conjunto vasco durante el Criterium Internacional, cogió a Markel del brazo y se lo llevó hasta el bus del Discovery. Allí estaba Armstrong. "Me preguntó si me acordaba de lo que le había puesto en la carta y le dije que sí, que no se me olvidaba que él me había prometido que me iba a recuperar. Luego siguió hablando de que no me había mentido, que allí estaba, que ahora vería cómo iba a ser más fuerte y que disfrutase de la vida, del momento, que me sintiera un afortunado. Fue un subidón".



Armstrong tuvo más detalles con Irizar. Después del último Tour que corrió, el tejano rompió todas las hojas de su libro de ruta y las fue dedicando una a una. La primera, la del mapa de Francia con todo el recorrido, era para Markel.



Irizar conoce la leyenda del tejano en el Tour y, también, su reciente caída tras las revelaciones del informe de la Usada y, sin embargo, nada ha cambiado para él. "Lance sigue siendo un héroe para mí. Es la persona que me ayudó en un momento malo de mi vida y uno de los que más ha luchado en el mundo contra el cáncer. Es el Armstrong que yo veo. ¿Lo otro? Sí, está ahí y yo tengo mi opinión, pero puede que para muchos sea poco objetiva", dice Markel. Y abunda: "No olvido que un día él sacó diez minutos de su agenda para escribirle una carta de ánimo a un chaval que no conocía de nada. Esa carta para mí fue la vida. Y a muchos otros les llenó de esperanza que trabajase por el cáncer, que se reuniese con los presidentes de los países para buscar un compromiso de lucha contra la enfermedad. ¿Quién va a hacer eso ahora? Por eso me duele lo que está pasando. Espero que la gente me entienda".



La bicicleta



Una de las primeras cosas que preguntó Markel cuando empezó la quimio fue cuándo volvería a montar en bicicleta. Zelaia le respondió que era mejor tomarse un año sabático para dejar que el cuerpo se recuperara. "Y yo le dije que no, que si quería pasar a profesionales no podía perder tanto tiempo". Miguel Madariaga le había prometido que si se curaba y recuperaba su nivel le haría un hueco en Euskaltel-Euskadi. Irizar acabó la quimio el 1 de febrero de 2003 y "el 3 o el 4" estaba sobre la bicicleta. Quería debutar a finales de mayo, y lo habría hecho de no ser porque un coche le atropelló y se fisuró algunos huesos del brazo. Al final, Markel reapareció el 28 de mayo en el Memorial Gervais (Campeonato de Gipuzkoa de Crono), que era la fecha también del 25 aniversario de boda de sus padres. Ganó. "Tengo una foto de ese momento en el podio y los ojos lo dicen todo". Condensan el dolor de la muerte de su padre, el amor por su madre y el sufrimiento de la lucha contra el cáncer. En lo que quedaba de año, Xabier Artetxe (su director entonces) le cargó de carreras para que pudiese demostrar que podía ser profesional. "Y al final de la temporada, Madariaga le echó un par y cumplió su promesa. Por eso, siempre le estaré agradecido. Nunca olvidaré aquello". Estuvo seis años en Euskaltel. Y desde 2010 corre en el RadioShack, el equipo de Armstrong. No se ha puesto fecha de caducidad. "Seguiré hasta que me echen".



12 de noviembre de 2012



Hace cosa de dos meses Irizar empezó a notar un dolor extraño en el estómago y se empezó a imaginar lo peor. "Me hice unas pruebas y al final no era nada, solo gases, pero me pegué una comida de tarro importante. Incluso empecé a decirle a Alaitz que tenía ahí el seguro de vida. Me aterraba la idea de dejarle sola con tres hijos y el pequeño de 20 días". Con esa carga, el miedo, viajó el pasado lunes por la mañana desde su casa de Arrasate hasta Cruces. Fue solo. En coche. Como la primera vez. Era la última. Se lo dijo la oncóloga. "Está todo bien". Había dejado atrás el cáncer. Le había vencido. Le dio un beso a la doctora. Y repartió unos cuantos entre las enfermeras. Llevaba diez años esperando ese día. Dio las gracias por tener un sistema sanitario, Osakidetza, de tanto nivel profesional y personal. Salió a la calle, se giró para mirar la mole de cemento y cristal de Cruces y se sintió liberado. Se acordó de todas las sesiones de quimio, de las veces que, ni sabe cuántas, había devuelto en el hospital, los olores que no soportaba y todo ese dolor. "Sentí que ya podía poner el contador a cero. Que empezaba de nuevo". Le llamó a Alaitz y se lo contó. Y luego a ama, que estaba trabajando y no contestó. Luego a Kepa Zelaia para decirle que estaba hecho. Antes de entrar al coche volvió a coger el teléfono, se metió en Twitter y escribió: "Última revisión de oncología. Después de 10 años me dan el alta y se puede decir que ya está superado. Un gran día!!". Lo puso en tres idiomas. "Quería que se enterase todo el mundo". Cuando llegó a casa se vistió de ciclista y se fue a andar en bicicleta. Quiso ir solo. "Para meditar". Se repetía una y otra vez que se había acabado ya, que empezaba una nueva vida con salud, amigos, un buen trabajo, tres hijos preciosos y una mujer adorable. "Ahora solo quiero disfrutar la vida. Vivir cada minuto como si fuera el último".

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