domingo, 18 de noviembre de 2012

Gracias por poder cuidarte


por Belén Casado Mendiluce


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En un comentario del post anterior escribí que hay que sentirse agradecido de cuidar al padre o a la madre ancianos. Sé que es una tarea dura por lo que tiene de condicionar la propia vida con sus horarios y exigencias, pero cuando existe afecto se estrechan más los lazos que nos unen.



Creo que el cómo atendamos en la enfermedad o en la vejez a nuestro familiar nos va a dar la medida de cómo vivamos la despedida última. Si estuvimos a su lado ayudándole a vestirse, a asearse e incluso a andar, si nos implicamos en esas tareas íntimas que antes hacía solo y ahora necesitan de nuestra presencia, vamos elaborando ya el duelo de la despedida sin saberlo.



Hacer lo que está en nuestra mano, acompañar al ser querido en su vejez, si existe amor, nos proporciona una experiencia llena de sentimientos y sentido. Cuando ves a tu madre desnuda ayudándole a vestirse nos embarga un sentimiento de ternura difícil de expresar con palabras. Cuando observas su necesidad de un andador para caminar asistes entre sorprendido y comprensivo a su mayor dependencia física del ti.



Ya no es la madre o el padre que tú recuerdas, esa persona en la que tú te apoyabas como hija, ahora es esa persona vulnerable que te necesita a ti para no sentirse solo. Y cómo unen esas vivencias en las que, sin decirnos nada, tocamos y acariciamos esa piel que tantas veces nos sirvió de refugio.



Creo que nadie está preparado para afrontar la muerte de un padre, pero haber tenido la posibilidad de atenderle nos va preparando a afrontar el último momento con más paz. No se nos queda nada pendiente por decir o por perdonar cuando compartimos momentos sencillos e íntimos como afeitarle o ducharle. Ya está todo perdonado y compartido cuando estamos juntos.



Y te embarga una sensación de agradecimiento por haber estado al lado de la persona que quieres ayudándole a completar su ciclo de la vida. Es hermoso y doloroso nacer como hermoso y doloroso ayudar a morir. Pero tratar la muerte como un tabú nos aleja de una experiencia con sentido.



El sentido de haber cuidado a quien nos quiso, por ponerse en nuestras manos con su fragilidad, por descubrirnos que ya ahora sólo importan las caricias y los gestos sencillos de cuidado como cuando tú misma naciste y ahora tú le ayudas a…volver a nacer.



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