En aquel tiempo los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?» Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: Yo he dicho: dioses sois? Si la escritura llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios - y no puede fallar la Escritura -a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: "Yo soy Hijo de Dios"? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre». Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos acudieron a Él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad». Y muchos allí creyeron en Él.
Reflexión
Faltan pocos días para terminar de acompañar a Cristo en su travesía a Jerusalén. Durante la cuaresma hemos caminado junto Él y llega el momento en que se demostrará cómo ha sido nuestra cercanía a lo largo de estos días. Una vez más Cristo prepara no sólo a sus apóstoles, sino sobre todo pretende enseñar los preceptos de su Padre a los escribas y fariseos. Enseñanzas muy difíciles de aceptar por los eruditos en la ley, por no decir imposible. Sin embargo, Cristo debe actuar guste o no los “expertos” en la ley.
Convendría examinar cuál es la única confianza humana de Jesús en sus predicaciones. Y no es otra que la certeza de predicar y vivir lo que su Padre le enseña. El amor a Dios y al prójimo. Por este motivo buscan apedrear a Jesús y como no apagarán su odio sólo con unas piedras buscarán llevarlo a la cruz.
No nos debería parecer extraña la actitud de los fariseos, porque que un hombre como ellos se declare el Hijo de Dios sí que debió ser costoso aceptarlo. Lo que nos debería asombrar de los fariseos es la forma cómo estaban viviendo pues, ya era tanto su orgullo que ya no defendían la doctrina que enseñaban sino la fama y el honor que habían logrado hasta entonces. Por eso, ni siquiera eran capaces de aceptar el testimonio de un ciego recién curado, o la resurrección de Lázaro o los pasos de un paralítico curado en sábado. ¿Le condenarían también por predicar el mandamiento del amor, por enseñar doctrinas como “ama a tus enemigos” o “perdona quien te ha ofendido”? ¿Por cuál de todas ellas le van a apedrear?
Cobremos ánimo y fuerza para continuar acompañando a Cristo hasta el pie del calvario. Hemos seguido sus huellas durante estos 40 días y no vamos a abandonarle en el momento más difícil. Es necesario seguir acompañándole con nuestra oración diaria, con nuestra responsabilidad en nuestros compromisos y con todo aquello que nos mantenga unido a Él.
Autor: Estanislao García
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