martes, 30 de marzo de 2010

La cigala y la hormiga (fábula).VICTOR GONZALEZ



Estando un día la hormiga a la puerta de su casa, cuidando de sus provisiones y de su biblioteca como era su costumbre, observó que se acercaba por el camino un elegante y esbelto nefrópido amarillo de rostro alargado y espinoso, y provisto de dos largas pinzas delanteras. Como la hormiga no se acordaba en aquel momento del nombre exacto de aquel animal, y era especialmente escrupulosa y detallista, razón por la que todos la tenían por sabia, entró en casa y consultó rápidamente la Enciclopedia General Zoológica que tenía unas ilustraciones muy buenas. Enseguida encontró lo que buscaba. Así, cuando el crustáceo decápodo hubo llegado a su puerta, pudo recibirlo correctamente:

– Buenos días, señora cigala (Nephrops norvegicus) –le dijo–. Es un placer verla. ¿Qué la trae por aquí?, tan lejos de su casa.

– Buenos días, señora hormiga, –contestó la cigala–. Estoy de viaje y he venido a hacerle una consulta. Me han dicho que es usted muy sabia y que podría ayudarme.

– ¡Oh, vamos!, la gente es demasiado generosa conmigo. Pero en fin, pase y acomódese. La atenderé en lo que pueda... o por lo menos le serviré un aperitivo.

La cigala le dio las gracias, chasqueó una quela amistosamente y entró en casa de la hormiga. Una vez dentro se arrellanó en un cómodo diván en el salón. La casa era de diseño, amplia y confortable. Y estaba decorada con muy buen gusto. La hormiga desapareció en dirección a la cocina y regresó al cabo de unos minutos con una fuente llena de diminutos gusanos, pectinarias y pequeños crustáceos, que la cigala consumió con delectación.

– ¡Cielos! –exclamó–, además es usted una anfitriona de primera categoría. No había comido unos crustáceos como estos desde que estuve en las islas Lofoten. Se lo digo en serio.

– ¡Por favor, señora Cigala!. Es usted muy cortés. Se lo agradezco de verdad, pero no es para tanto: en realidad son congelados.

– Por supuesto. No se quite mérito, señora hormiga. Los de las islas Lofoten también lo son. No puede usted ni imaginarse la temperatura de aquellas aguas. ¡Brrrrrr!, me muero de frío sólo de recordarlo –añadió, haciendo temblar cómicamente todas sus patas a la vez.

– ¿Vive usted habitualmente allí, en Noruega? –preguntó la hormiga.

– En realidad no. Mi familia es noruega, pero yo nací en St. George, en el canal de Irlanda, así que debo de ser medio galesa. Al menos eso es lo que suelen decir mis primas inglesas, Emily y Charlotte. Aunque la verdad es que yo no tengo sus opiniones en mucha estima.

– ¡Ja, ja! –rió la hormiga–, usted sí que tiene sentido del humor, señora cigala. Sus primas inglesas me recuerdan a alguien... En fin, dejemos eso y pasemos a lo nuestro. Dijo antes que tenía una pregunta que hacerme.

– Efectivamente, señora hormiga. Verá –la cigala adoptó entonces un tono profesional–. Como le dije estoy de viaje, pero no le dije que soy periodista. Trabajo para el Cardigan Bay Journal. Llevo a cabo una investigación sobre el famoso caso de las Doce Cigalas de Marín, ¿ha oido hablar de él?

– Desde luego. Fue muy comentado en su momento. Creo recordar que las doce desaparecieron sin dejar rastro. Ni siquiera se encontraron sus cabezas. ¿Eran bailarinas, no es así?

– Danzantes gobianas. Pertenecían a la secta de los Gobios de Fries, que predican las Dos Grandes Verdades, como las llaman ellos: la ascensión a los cielos por medio de la danza (pues sostienen que sólo la danza nos acerca a Dios); y la creencia en que lo más bajo, por justicia, ha de alcanzar un día las alturas.

– Unas ideas interesantes, desde luego. Y muy atractivas para los animales submarinos. Tengo entendido que se trata de una secta inofensiva en cualquier caso, –puntualizó la hormiga.

– Así es, –confirmó la cigala–. Llevo meses siguiendo su rastro y a mi entender los Gobios están libres de toda sospecha. Todo parece indicar que las muchachas simplemente se fueron... A dónde, no lo sé. Tal vez ascendieron a los cielos de verdad.

– ¿Lo dice en serio?

– Puede. No soy creyente, pero el director de mi periódico, Homero Palinuro, sí lo es y opina que es posible. La verdad es que yo misma empiezo a creerlo. ¿Recuerda la Cruzada de los Niños?

– Desde luego. Un episodio un tanto confuso de las cruzadas, en el que miles de niños alemanes y franceses fueron embarcados en Marsella en 1212 y se los hizo cruzar el Mediterráneo con la intención de reconquistar Jerusalén. Dejad que los niños vengan a mi... y todas esas cosas. La mayoría murieron en el viaje o fueron capturados por piratas y vendidos como esclavos. Unos pobres inocentes –añadió con un deje de tristeza.

– Exacto. Pues bien, cuanto más me adentro en esta investigación, más sueño con esa historia. No puedo quitármela de la cabeza. Inocentes, como usted ha dicho. El caso es que la semana pasada conseguí hablar con un gusano poliqueto natural de Mogor, que fue el último en ver a las cigalas vivas antes de su desaparición...

– ¿Y?

– Según el gusano estaban perfectamente. Bailaron, cantaron, e incluso le entregaron una carta autógrafa para que la hiciera pública; cosa que el poliqueto no hizo.

– Lógico –intervino la hormiga–, los poliquetos son incapaces de cumplir ningún encargo. Lo sé porque tuve uno. Pero siga, siga.

– Sí. Todo el mundo sabe que uno no se puede fiar de un poliqueto. Lo que confirma que las chicas eran bastante ingenuas. En fin. Tengo la carta. La he estudiado cientos de veces. Son sólo doce líneas manuscritas. Creo que cada cigala escribió una, pero ignoro con qué propósito. El texto no ofrece muchas pistas.

– ¿Cree que encierra alguna clave? ¿Un mensaje oculto?

– Puede ser. Aunque si se refiere usted a un acróstico o algo así, no lo creo. Es una especie de poema. A veces me parece un acertijo, otras un cántico o una invocación. Pero la verdad es que ya no sé qué pensar.

– Déjeme verla, por favor –dijo la hormiga.

La cigala sacó la carta de un bolsillo y se la pasó por encima de la mesa. Era un papel doblado en cuatro partes. La hormiga lo desdobló cuidadosamente, se puso unas gafas de cerca y leyó en voz alta:

– “Nosotras somos las cigalas. / Soñamos dulces tubérculos rociados de sal.

– “Nosotras somos las cigalas. / Nos transformamos en mujeres”.

– “Nuestros hermanos son caballos de mar con las crines recién peinadas”.

– “Guardamos las puertas de oro del océano”.

– “Somos niñas que vuelan en el agua con trenzas de plata”.

– “A veces, en lugar de cuatro mil hijos tenemos un hombre hermoso”.

– “A veces soñamos mil pájaros diminutos”.

– “O serpientes con túnicas de seda”.

– “Somos las cigalas. / Nosotras fuimos Maasinta, el primer masai”.

– “Fabricamos las nubes azules”.

– “Henos aquí, en un mundo igual al vuestro”.

– “Nosotras somos únicas. / Somos las cigalas. / Soñamos con la lengua y con los dientes de los hombres y así, por un momento, ellos creen que pueden entender el mar”.

...

Hubo un largo silencio.

– Y bien, ¿qué le parece? – inquirió la cigala.

Entonces la hormiga se quitó las gafas, suspiró, miró directamente a los ojos a su invitada y dijo:

– Es muy hermoso.

Y añadió:

– Creo, querida cigala, que no debe preocuparse más por ellas.
Publicado por Víctor González en 22:11

No hay comentarios:

Publicar un comentario