lunes, 15 de marzo de 2010

UN CAFÉ.

NO sé por qué tomo café. Ni por qué piso siquiera un bar donde lo sirvan. Desde hace años la frase "tomamos un café" me ha venido asociada a malas noticias. La gente se empeña en asociar el café con lo nefasto. El hoy no he pegado ojo. O el voy a hacer que tú ni hoy ni mañana ni en mucho tiempo vuelvas a dormir. Es como si alguien creyera que esa poción mágica disolviera las malas noticias en el estómago, como si te fuera a doler menos lo que te van a contar, pero hace tiempo que descubrí que el dolor se atrinchera en otro órgano vital, el corazón. Así que me cuesta entender a quienes pretenden anestesiarte regando tu estómago con un excitante como el café mientras te cambian la vida. Cuando mis amigos están abatidos les meto en un coche y me los llevo a Biarritz, Angelu, Baiona, Kanbo…, según sea la causa de la cicatriz, para que compartan allí las malas noticias. En un acantilado, unas veces; apoyados en la barandilla de un puente urbano, otras; o en la mesa, la barra, la terraza de un bar donde está prohibido tomar café. Y en la medida de lo posible dejamos allí las malas noticias, quizás porque ingenuamente parece más difícil que nos puedan seguir por una autopista sembrada de peajes y una muga tan vigilada. De esta manera evitamos asociar los escenarios cercanos con el dolor. Luego, si hace falta volver sobre el tema no hay más que regresar al lugar y respirar hondo para comprobar si es posible articular palabra o uno se ahoga antes siquiera de empezar a hablar. Mañana me han invitado a tomar un café.

Carlos marcos .

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