NO sé por qué tomo café. Ni por qué piso siquiera un bar donde lo sirvan. Desde hace años la frase "tomamos un café" me ha venido asociada a malas noticias. La gente se empeña en asociar el café con lo nefasto. El hoy no he pegado ojo. O el voy a hacer que tú ni hoy ni mañana ni en mucho tiempo vuelvas a dormir. Es como si alguien creyera que esa poción mágica disolviera las malas noticias en el estómago, como si te fuera a doler menos lo que te van a contar, pero hace tiempo que descubrí que el dolor se atrinchera en otro órgano vital, el corazón. Así que me cuesta entender a quienes pretenden anestesiarte regando tu estómago con un excitante como el café mientras te cambian la vida. Cuando mis amigos están abatidos les meto en un coche y me los llevo a Biarritz, Angelu, Baiona, Kanbo…, según sea la causa de la cicatriz, para que compartan allí las malas noticias. En un acantilado, unas veces; apoyados en la barandilla de un puente urbano, otras; o en la mesa, la barra, la terraza de un bar donde está prohibido tomar café. Y en la medida de lo posible dejamos allí las malas noticias, quizás porque ingenuamente parece más difícil que nos puedan seguir por una autopista sembrada de peajes y una muga tan vigilada. De esta manera evitamos asociar los escenarios cercanos con el dolor. Luego, si hace falta volver sobre el tema no hay más que regresar al lugar y respirar hondo para comprobar si es posible articular palabra o uno se ahoga antes siquiera de empezar a hablar. Mañana me han invitado a tomar un café.
Carlos marcos .
lunes, 15 de marzo de 2010
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