Por Eva Montero (psicóloga del Deporte)
lunes, 01 de marzo de 2010
Hace unas cuantas semanas tuve una interesante conversación con un periodista muy experto en ciclismo.
Hablábamos del tema de siempre, de cómo ha cambiado nuestro deporte, qué pocas sorpresas hay, con lo divertido que era antes y ahora está todo controlado... y salió lo del pinganillo. Este periodista argumentó que no era contrario a su uso porque "si no en carrera es una locura, los coches se pegan por estar delante, los ciclistas están sube y baja para recibir instrucciones y hay más riesgo de accidente. Hoy día, teniendo un patrocinador detrás que exige resultados, no te puedes arriesgar a perder una carrera por no dar una instrucción a tu corredor".
Parece que lo que más ha cambiado en el ciclismo, pues, sea el tema de que no sólo lo primero es lo económico, sino que parece ser lo único que importa. Por ello, lo que decía en el anterior artículo, no sólo se programa la comida, la bebida, el entrenamiento, sino que también quieren controlar hasta la mente de los corredores. ¿Cómo va a haber sorpresas con tanta planificación?
En otro intercambio de impresiones, esta vez con un histórico director deportivo, me comentaba que en su época había mecenas del ciclismo. Empresarios que tenían una ilusión intrínseca por formar un equipo ciclista, independientemente de los triunfos, o mánager que convencían más con la pasión que con la cartera a la hora de conseguir un patrocinador. ¿Y por qué ha cambiado tanto esta filosofía? Me paro a pensar y creo que no es una cosa sólo del ciclismo. En la sociedad actual, se considera el éxito como sinónimo de tener dinero y poder, y el fracaso como no tenerlo. Eso, al menos, es lo que te está vendiendo, principalmente, la publicidad. Esto es lo que me ha hecho pensar un anuncio con una foto de Contador en postura budista vestido de monje y apariencia de tocar el nirvana merced a un "prodigioso" sillín. Con tal de vender, los publicistas no se cortan un pelo a la hora de insinuar que serás feliz y dichoso si compras sus productos, como si la vida se limitara a consumir y consumir.
Los gustos cambian
Me hace gracia, al ver esa pose del ciclista de Pinto, pensar en cómo hemos cambiado. En mi época adolescente las compañeras del instituto me tildaban de rara porque las piernas depiladas de los ciclistas me parecían más bonitas que sembradas de escarpias. Quién les iba a decir que unos añitos después los hombres no sólo se iban a depilar las piernas, sino que algunos incluso el cuerpo entero. También por aquella época era difícil imaginar que futbolistas, tenistas y algún que otro deportista destacado serían habituales en las noticias de los programas del corazón. Ni que fueran más conocidos por posar como modelos que por dar patadas a un balón o por pegarle a una pelota con una raqueta. El estereotipo de belleza ha cambiado: más que la cara bonita se lleva el cuerpo fibroso, y quién va a tenerlo más que aquellos que practican deporte de forma intensísima desde niños. Y como el dinero es tan importante, ¿por qué negarse a recibir un buen cheque sólo por posar delante de las cámaras, aunque tu profesión no sea la de modelo?
El problema de que, a pesar de que haya tantos triunfos del ciclismo español a nivel internacional y en cambio haya menos patrocinadores, viene de ese interés desbordado por lo material. No hay pasta a menos que los equipos den garantías de ser muy rentables. Cada vez hay menos enamorados del ciclismo en los despachos y más adoradores del euro. Pero no ocurre sólo en nuestro deporte, como digo, es algo de toda la sociedad. Y es que nos están mezclando el concepto de felicidad con el de tener lo último en tecnología, poder comprarte cada vez cosas más caras y tener un cuerpo diez.
El consumismo, la imagen y sus consecuencias
Esto último, el culto al físico, tiene sus costes. Han surgido no hace mucho dos trastornos psicológicos por esta causa: la anorexia, que ya no es tan nueva, y la vigorexia que es mucho más reciente. Para quien no los conozca, la anorexia es considerado un trastorno de la conducta alimentaria (comer poco o nada) y la vigorexia es el deseo de tener cada vez más músculo. Parecen distintos problemas pero ambos tienen una base común: quienes los padecen tienen distorsionada la percepción del propio cuerpo. Las anoréxicas (hablo en femenino porque una gran mayoría son mujeres) se ven gordas aunque se les marquen los huesos (por eso no quieren comer), y los vigoréxicos (remarco el masculino porque hay mayoría abrumadora de hombres) se ven débiles aunque tengan definido e inflado cada músculo de su anatomía (y se pasan horas y horas en el gimnasio).
La cuestión es que, por un motivo u otro, el deporte se ha profesionalizado tanto que se ha salido de sus propios límites. Interesa más vender que fomentar el deporte sano. De ahí otro problema: el dopaje. Por otro lado, promueven el modelo ideal de persona en el deportista de éxito, o muestran una imagen a los productos que te dan ganas de comprarlos, y te crean la necesidad de conseguir lo último en material o en tecnología. La frase de "lo importante es participar" parece que quedó para los anales de la historia. Lo importante es ganar, o, más bien, no perder. Porque perder toma el significado de que estás tirando tu vida por la borda. Pero ¿acaso no es un sin vivir estar siempre deseando tener algo y no ser capaz de disfrutar con lo que hay a tu alrededor?
A mí siempre me ha hecho mucha gracia encontrarme con cicloturistas que me hablan de las maravillas de esos nuevos pedales, ruedas, pedalier, juego de piñones, etc. que les han costado una pasta pero que pesan 50 gramos menos. Y digo yo, por cincuenta miserables gramos... ¿no es preferible cambiar unos huevos fritos por una tortilla francesa y los bajas de tu propio peso? Ojo a la publicidad. Que si te haces una París-Brest-París cualquier sillín, por etéreo que parezca, y teniendo en cuenta que no somos Contador, llevará a nuestro trasero al infierno en lugar de elevarlo al cielo.
Eva Montero
emonterodo@cop.es
http://www.arueda.com/servicios/psicologia/el-deporte-y-el-dinero.html
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