
El principal de los rebeldes fue Teodosio, que tenía suficientes partidarios como para expulsar a Juvenal, el obispo de Jerusalén y apoderarse de la sede. A ello añadió una sangrienta persecución en la ciudad. Teodosio se dedicó a devastar todo el país, aunque en algunos sitios encontró cristianos decididos a permanecer en la ortodoxia; entre ellos se distinguió Severiano, obispo de Escitópolis, quien recibió en premio la corona del martirio, pues los soldados se apoderaron de él, le arrastraron fuera de la ciudad y le asesinaron.

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