miércoles, 21 de agosto de 2013

De vacaciones con tu enemigo.


2013 AGOSTO 21


El primer día hábil de Septiembre pasarán muchas cosas. Entre otras, que los Juzgados de Familia volverán a estar funcionando al 100% para recibir, previo paso por los despachos de los abogados, la habitual avalancha de demandas de separación matrimonial. Esto no es un presagio de mal agüero sino una realidad pura y dura que se repite cada año. Esto es notorio y en algunos sitios hasta escandaloso.

¿Qué ocurre pues durante las vacaciones de una pareja como elemento catalizador de una relación?

Vaya por delante que las parejas que se llevan bien, cuando vuelven de vacaciones están ya planeando en común las próximas y se pasan hasta Navidad enseñando a sus familiares y amigos las fotos del tiempo lúdico compartido.

Las que lo tienen mucho peor son las parejas que se llevan mal. De éstas y no de otras hablo.

Curiosamente, el tiempo de ocio en común, en vez de limar asperezas y dar un respiro a una relación que va renqueante o asfixiada, lo que hace es dejar mucho más claro a cada uno de los componentes de la pareja que, si ya es terrible estar atado a la yunta con quien has perdido el gusto y placer de compartir las cosas buenas de la vida, mucho menos quedan fuerzas para seguir arrostrando las cosas malas de esa misma vida que, todavía, es en común.

Porque lo que casi siempre sucede es que una pareja en la que el amor ha salido huyendo por la ventana y se ha colado la ausencia de respeto, la rutina aburrida y la falta de un proyecto en común, se suele instalar en una dinámica de discusión, desacuerdos constantes, malas caras, falta de iniciativa sexual, para llegar a la ausencia total y absoluta de lo que alguna vez les unió. Y resulta casi imposible hacer un paréntesis mágico durante quince días –no quiero ni imaginar más tiempo- como “si no pasara nada” y poner buenas caras y sonreir y mirar al otro como si todavía se estuviera enamorado.

En realidad, mantener el equilibrio en la pareja que se lleva mal no es tan difícil: la rutina ayuda a ello. La rutina del trabajo sobre todo. La gente se marcha por la mañana y hasta por la noche no tiene que volver a casa a soportar y aguantar. Es un respiro de muchas horas en el que, sobre todo los hombres, encuentran la fuerza suficiente para luego retornar al hogar desestructurado. Y esas horas (pocas) que quedan hasta volverse a meter en la cama se pasan rápido: la cena, un poco de televisión en silencio y a dormir espalda contra espalda. La mujer que trabaja fuera de casa intentará hacer lo mismo siempre y cuando no se haya ella atribuido –o le hayan atribuido- el rol de proveedora de intendencias varias y después de trabajar, en vez de la caña con los colegas, tenga que ir escopeteada a hacer la compra, preparar la cena y poner un par de lavadoras. Si es ama de casa, sufrirá en silencio mirando al reloj y sabiendo que se acerca la hora nefasta en que el marido volverá a casa y, si no hay bronca, habrá morros. La cena en silencio, un poco de televisión y a dormir cada uno en una esquina de la cama. (¿Por qué la gente que ya no se quiere se empeña en seguir durmiendo en la misma cama?)

Por eso, cuando llegan las vacaciones y se van juntos al apartamento de la playa, a la casa del pueblo o a un crucero con los amigos, todo resulta mucho menos soportable, porque es entonces el momento en el que cada miembro de una pareja que ya ha dejado de amarse y de tener proyectos en común se da cuenta –a veces es una especie de “iluminación paranormal”- de que lo más estúpido que hay en el mundo es irse de vacaciones con tu enemigo.

Y deciden que éste será el último año que desperdician las vacaciones tan deseadas y necesarias, que el próximo año prefieren mil veces estar solos donde sea, antes que seguir haciendo el “paripé” de la pareja normalita y bien avenida.  A veces los dos están de acuerdo; otras –la mayoría- tan sólo al 50%. Y es fácil adivinar qué mitad es la que da el paso y pide hora con un abogado en cuanto estos vuelven de vacaciones a recoger la cosecha de los matrimonios que se descomponen definitivamente durante el mes de Agosto.

Yo los he visto. En la mesa del restaurante y en el chiringuito de la playa…sin hablarse. Tomando el sol cada uno con sus pinganillos o dándole al smartphone. Por las tardes, ellas mirando escaparates y ellos soportando el reflejo de su pantalón corto a la puerta de la tienda. En la gran superficie, empujando el carrito abarrotado mientras ella va metiendo todo lo que se le antoja y él pone encima del pescado fresco dos packs de cervezas. En el paseo marítimo, caminando como líneas paralelas sin cruzar ni una sola palabra. En su casa, a puerta cerrada, no les veo; ni falta que me hace.

Sé de lo que hablo porque yo también estuve cierta vez en parecida tesitura y, doy fe, de que no hay nada que dé más rabia que desperdiciar las bien ganadas vacaciones de verano. Lo peor de todo es cuando, en vez de hacer una reflexión y asumir la parte de responsabilidad que nos toca, le echamos la culpa a la otra parte de nuestra propia cobardía e indecisión. Pero esa es otra historia.

En fin.

LaAlquimista

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