lunes, 12 de agosto de 2013

De vinos con los niños o cómo volver loco al personal

De vinos con los niños o cómo volver loco al personal

2013 AGOSTO 12

 

Lo que voy a relatar me ha ocurrido en primera persona y es por ello que quizás me resulte difícil dejar de lado la crítica, pero aun y todo lo voy a intentar.

Resulta que estaba yo el viernes tomando un zurito con una amiga en una terracita de las que hay por el barrio; resulta que –cosa que yo desconocía- que han instaurado la costumbre varios bares de la plazuela regalar los viernes por la tarde junto con la consumición –cualquiera que esta sea- un pintxo de los de la barra. Es decir, que si pides un zurito te cobran 1,10€ y coges lo que quieras. Si tomas una cocacola te cobran 1,80€ y haces lo mismo. ¡Vaya, no está mal!

Allí estábamos mi amiga y yo contándonos la parte buena de la vida e intercambiando promesas de no ir un sólo día a ver los fuegos, por si nos perdemos entre la muchedumbre y no encontramos el camino de vuelta a casa, cuando me doy cuenta de que, para escucharnos mutuamente, cada vez teníamos que levantar la voz un poco más.

La cosa era que, justo al lado, había dos matrimonios con tres niños, – dos niñas y un niño de entre cinco y ocho años- con la mesa LLENA de vasos vacíos y platillos de pintxos –vacíos también. Vamos, que se estaban poniendo como el Quico y, digo yo, aprovechando la coyuntura para llegar cenados a casa, porque ellos bebían y les daban los mini bocatas a los chavales. Así que, como no podía ser de otra manera, bien servidos de vino blanco y tinto, iban añadiendo decibelios a la ya de por sí animada conversación.

No los conocíamos del barrio, iban vestidos “guapos”, ellos con corbata (sí, corbata y camisa blanca) y ellas taconazo, pantalón pitillo y maquillaje veraniego; dos parejitas en la treintena con sus niños a cuestas pasándoselo bien. Perfecto y de lo más agradable (sobre todo para ellos).

En una de estas, una de las criaturas vestida de rosa y lazos rosas, comienza a proferir alaridos pidiendo no sé qué y como su padre le decía “no, no y no, que ya te he comprado lo que querías antes…” y la madre le decía “ay niña, pídeselo a tu padre”, pues la tierna infanta se sentó en el suelo, bien pegadita a mi silla, y comenzó a patalear con sus sandalias rosas emitiendo unos aullidos que juro que parecía que la estaban desollando viva.

Como no podía ser de otra manera, mi pobrecillo perro –que estaba medio adormilado entre las patas de mi silla- se pegó un sobresalto horrible y me miró como diciendo: “¡sácame de aquí que me voy a quedar sordo!”

Servidora que ha tenido hijas que una vez fueron pequeñas y cogieron alguna casqueta, miró a los padres, anhelante, esperando el momento en que recogieran los bártulos y a su hija al borde del ataque de nervios y se largaran con viento fresco, más que nada por respeto a los demás usuarios de la terraza y por mínima vergüenza como padres.

Pero no.

Cinco, diez, quince y hasta veinte minutos en los que la niña seguía y seguía berreando mientras sus padres SE PEDIAN OTRA RONDA de cuatro vinos y cuatro pintxos más.

Le dije a mi amiga: -“¿nos vamos de aquí?” por pura supervivencia auditiva y neuronal, pero al levantarnos para irnos, como coincidió mi mirada con la de la niña –que seguía tirada en el suelo con su especial numerito- no me pude contener y le dije al padre que estaba bien cerquita:

(Ahora es donde viene mi metedura de pata y error garrafal)

-“Desde luego, si mi perro llevara un cuarto de hora ladrando como loco ya me habríais llamado la atención…”

Si dije, ya dije.

El padre encorbatado echó su silla hacia atrás con violencia, se levantó –un metro ochenta pasado- y encarándoseme me dijo de malísimas maneras y gritando (es que si no, con la hija con la sirena puesta no le iba a oir ni el cuello de su camisa)

-“¿¡Te molesta que mi hija llore¡? ¡Pues a tomar por culo! (sic y con perdón pero la poca educación es la del ciudadano, no la mía).

La madre se sumó corriendo al numerito del marido y me gritó:

-¡Amargada, que eres una amargada! ¡Cómo se nota que no has tenido hijos!

Y mi amiga y yo nos vimos presas de un ataque –era la noche de los ataques- de risa que les dejó desconcertados y más enfurecidos si cabe. (De todas maneras el alcohol supongo que colaboraba lo suyo también en toda esta historia; servidora, un zurito.)

Entonces el padre de la “princesa de la casa”, se me acercó peligrosamente y me entró por un segundo la duda de si me iba a soltar un puñetazo o morderme en la yugular (besarme no le habría permitido) y le dije a ver si tenía intención de pegarme porque entonces casi mejor que le iba a decir a mi amiga que lo inmortalizara con el móvil para colgarlo en mi muro de Facebook…

Pues eso… Que uvas con queso saben a queso.

En fin.

LaAlquimista

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