jueves, 5 de agosto de 2010

MIRAME A LOS OJOS.


Los que me conocen saben de mi obsesión por el retrato. El pintado, el escrito, pero sobre todo el fotográfico. El retrato es para mi el paradigma de la fotografía, pues un rostro no es otra cosa que toda una vida. O muchas. A veces la nuestra. En el retrato se dan cita el drama, la belleza, el fracaso y el triunfo; y también la muerte. Una historia entera de principio a fin. El retrato siempre parece más verdadero y noble que cualquier otra fotografía, aunque no sepamos muy bien por qué. El “he aquí”, el “esto ha sido” como decía Susan Sontag, es en el retrato más que en ninguna otra especialidad fotográfica, algo mágico. Tal vez porque el recuerdo de las personas que amamos es casi siempre la imagen de su rostro... y cuando la perdemos nos sentimos solos.




Si aceptamos la idea de Roland Barthes de que la foto viene a nosotros a través de un salto en el tiempo, el retrato es pues su expresión más alta y perfecta. Un retrato, una persona; una persona, un alma. Un alma, una historia. No vemos un retrato como un paisaje o como una naturaleza muerta para comprobar que aquello estuvo allí. Sino que aquello, el retrato, nos mira a nosotros obstinadamente también. Desafiándonos. Poniendo a prueba la verosimilitud de su existencia y por ello la de la nuestra. El retrato no sólo es algo que fue. Es también y sobre todo, “alguien” que fue. Podríamos ser nosotros mismos, tal vez. Y mientras lo estudiamos, el retratado parece estudiarnos también desde su tiempo. ¿Qué pasa entonces?




No hay mayor paisaje que el rostro humano, se ha dicho. Por eso el retrato tiene que ver con la muerte, pero también con la resurrección (probablemente con la resurrección de la carne, sostiene Pereira). Y por eso en un retrato antiguo, en el de un difunto, creemos que el que fue sigue ahí. No sólo él sigue ahí. También el fotógrafo. En su pupila. Diminuto. Negro. Casi invisible pero presente y vivo. Espiándonos también mientras lo observamos. Todos los fotógrafos lo saben. Yo mismo, que he sido fotógrafo me he encontrado, inesperadamente y a veces por duplicado en el rostro de mis modelos. Todos los fotógrafos están en la mirada del otro. Y todos los otros están en su mirada. A menudo he jugado a enseñar a alguien, profano en estas cuestiones, una simple foto de una revista, un primer plano del rostro de una modelo en una fotografía de cosmética por ejemplo, un plano muy cercano. Y a mostrarle cómo la figura del fotógrafo se adivina claramente en la pupila de la chica. Entonces, si la chica es Linda Evangelista por ejemplo, yo digo señalando con el dedo la diminuta silueta que se recorta en su negra pupila: “Y este de aquí es Javier Vallhonrat, ¿lo ves?, Javier Vallhonrat. Es simple.” Un juego. Una broma, en fin. Pero también una sorpresa inesperada y una evidencia: ¿o acaso no estamos todos en los ojos de los otros?
Victor Gonzalez

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