«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.
Reflexión
Los espectadores que escuchan a Jesús en este crescendo espiritual no dan crédito a sus oídos. Por primera vez les habla de ser “hijos de vuestro Padre celestial...” porque la experiencia de sentirnos hijos es lo más valioso que podamos imaginar. Un Padre que nos llama a asemejarnos a Él. A oponer a la ofensa el amor que perdona y olvida, y más aún, el orar por quienes nos ofenden y causan daño. Jesús ha encarnado la máxima expresión del amor. Como dijo San Pablo: “Apenas habrá quien muera por un justo, ... por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir - La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,7) Él pasó haciendo el bien, sin tener en cuenta la respuesta, las más de las veces ingrata, de los hombres. Le pagamos con persecución y una muerte de cruz. Esa fue nuestra moneda de cambio.
Desde esta perspectiva, el precepto del amor alcanza su dimensión final: la del desinterés total, la del amor sin límites, la de la oración y el perdón para todos, y en especial, para quienes nos injurien o maltraten. ¡Cuántos modos concretos de ejercer el verdadero amor cristiano nos ofrece aquí Jesús!
No soñemos en grandes proyectos u obras para el bien de los demás, si no somos capaces de perdonar un descuido de nuestro compañero, o una desconsideración de nuestros padres o hermanos. Pongamos los pies en la tierra y démonos cuenta que sólo quien ama sin buscar recompensa, o quien sabe responder con comprensión a quien le maltrató primero, será capaz de levantar la obra de Dios en su vida y entre los suyos, como verdaderos hijos del Padre celestial. Es un don y una gracia, pero está al alcance ¡aunque nos parezca imposible!, de quien lo pida con la fe de hijo.
Autor: Buenaventura Acero
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario