En aquellos días se acercan a Jesús los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán.
Reflexión
Cuando un católico está limpio en su alma no puede quedarse dentro de las cuatro paredes de su egoísmo. La misma misión “Id y proclamad” impulsa al alma a buscar y a recorrer esos caminos de santidad que Cristo nos ha enviado.
Sin embargo, no por ello las tendencias del hombre viejo dejan de mostrarse. Tal vez, eso sí, podremos ver con mayor claridad cuáles son, cómo se manifiestan en nuestra vida y así podremos poner los medios para vencerlos.
Entre esos medios hay dos tan asequibles como sencillos, y no por ello ineficaces: la oración confiada y humilde y el ayuno. Este último no es tanto externo, muy útil por cierto, sino más bien el interno: el ayuno de nuestras pasiones, de nuestra ira, del descuido o simplemente el de omisión. Este ayuno del cuál nos habla Cristo es alimentado por la generosidad de un corazón grande y capaz de seguir aquellos caminos que la voluntad de Dios le indica. Uno de los cuáles es el gran precepto del amor.
Dejemos a un lado nuestra vanidad para que este ayuno nos lleve a ser realmente auténticos: ¡verdaderos cristianos!
Autor: Carlos Alcántara
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