sábado, 7 de mayo de 2011

Bienaventurada Catalina Tekakwitha.7 Mayo.


En la admirable corona de nuevos santos que el Papa Juan Pablo II elevo a los altares en Junio de 1980, se presentó la veneración de los fieles junto al gran apóstol de Brasil, José de Anchieta, a una india de piel roja de América del Norte, que creció como lirio de pureza en medio de las espinas. Catalina Tekakwitha.

Esta nueva beata nació en la frontera entre el Estado de Nueva York y Canadá alrededor del año 1656. Su nombre original era Joragod, que significa «esplendor del sol» y de hecho estaba predestinada a resplandecer por sus heroicas virtudes. Su madre fue catequizada por los primeros misioneros jesuitas de Canadá cuando todavía era muchacha, pero como consecuencia de una guerra entre tribus fue apresada, llevada como esclava y tomada como esposa por el jefe de la tribu enemiga. De ésta unión nació Catalina.

A pesar de que el padre era contrario a la religión de los blancos, su madre logró sembrar en el pequeño corazón de su hija las primeras nociones de la religión cristiana y un gran amor a Jesús crucificado. Sin embargo, la pequeña crecía sin bautismo, pues no les era permitido entrar en contacto con los misioneros. Una grave epidemia de viruela causó la muerte de toda su familia.

Catalina conservaba vivas en su memoria las principales oraciones y nociones de la fe. Fue confiada, entonces, a los cuidados de dos tías obstinadamente opuestas a la religión cristiana. Catalina sufría un terrible aislamiento espiritual, ya que sin contacto con los misioneros, no tenía oportunidad de alimentarse en la fe ni recibir el bautismo o tener dirección espiritual. Finalmente tuvo noticias de la existencia de misioneros y decidió huir de la casa de sus tías.

Así, enfrentando una serie de peligros, consiguió llegar a la misión completamente extenuada. Los padres de la misión quedaron atónitos al reconocer en esta alma escogida, instruida únicamente por el Espíritu Santo en tantos años de aislamiento, virtudes cristianas de elevada perfección.

Catalina vivió santamente, ocupada en los servicios de la misión, dedicándose con ardor a la oración, a las obras de penitencia y de caridad. Falleció a los 24 años de edad.

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