Un niño tuvo que rescatar a una bella princesa, prisionera de un dragón. Lo primero que hizo el niño fue dormirse profundamente, pues la princesa estaba en un sueño. Además, para rescatarla el niño iba a necesitar poderes mágicos y resultaba más fácil tenerlos en un sueño que en la vida real. Una vez dormido se puso a buscar un caballo, ya que como todo el mundo sabe es prácticamente imposible rescatar a una princesa si no se tiene un caballo. Por ejemplo, resultaría ridículo ir a rescatar a una princesa montado en bicicleta, o en un 4x4. No tiene lógica. Sin embargo por mucho que buscó y buscó por todo el sueño, no encontró ninguno porque el sueño se desarrollaba en la selva y allí sólo había animales salvajes. Las posibilidades estaban entre los hipopótamos, los elefantes y las cebras. Al fin se decidió por una bonita cebra, que a fin de cuentas era lo más parecido a un caballo que había por allí. Así que el niño montó en la cebra y le dijo:
- Buenos días, cebra. He de rescatar a una princesa prisionera de un malvado dragón. Si me ayudas te recompensaré.
La cebra le contestó:
- De acuerdo. Total, no tengo nada mejor que hacer y me estaba aburriendo como una mona, aquí en la sabana.
Después partió al galope y el niño tuvo que agarrarse muy fuerte a sus crines para no caerse, ya que no era tan buen jinete como creía. Tras varias jornadas de viaje llegaron a un precipicio que sólo podía cruzarse por un puente muy estrecho. La entrada del puente estaba guardada por un anciano de larga barba que habló solemnemente:
- Hola niño. Bienvenido al Puente del Monstruo. Para cruzarlo deberás contestar a las Tres Preguntas Fatídicas. Y te lo advierto: si no sabes la respuesta de alguna de ellas o mientes, el Monstruo del Precipicio os devorará a ti y a tu extraño caballo de rayas.
No había acabado de hablar cuando de las profundidades del precipicio salió un terrible rugido que ponía los pelos de punta. Pero el niño no se arredró y corrigió al anciano:
- No es un caballo de rayas. Es una cebra.
La cebra relinchó. El anciano replicó condescendiente:
- Bueno, bueno, como quieras. No voy a discutir contigo por eso, tengo mucho que hacer hoy. Mmmh, veamos, la primera pregunta es esta: ¿Cuáles son los nombres de los meses según el calendario musulmán?
El niño lo pensó un momento antes de contestar.
- Muharran, Safar, Rabi’l, Jumada I, Jumada II, Rajab, Sha’ban, Ramadán, Shawwai, Dhu-al-Qa’dah y Dhu-al-Hijjah.
Del fondo del abismo salió un segundo rugido de furia. Se notaba que el Monstruo del Precipicio estaba hambriento y aquello no le había gustado nada.
- Excelente, -dijo el anciano-, pero puede que hayas tenido suerte esta vez. Al principio siempre se tiene. Vamos con la segunda; es más difícil. ¿Cuál es la moneda oficial de Suazilandia?
Esta vez el niño no lo dudó y contestó de inmediato.
- El Lilangeni.
- ¡Fantástico!, -exclamó el anciano-, te felicito, hacía tiempo que no veía un niño tan listo. Seguro que sacas muy buenas notas en el cole. Pero sigamos... ¿estás preparado para la tercera y última pregunta?
- Sí.
- De acuerdo. Piensa bien la respuesta, porque de ella depende tu vida. La pregunta es esta: Siguiendo el orden de la línea dinástica desde Bermudo I de Cantabria, ¿quién fue el rey número 12 de la monarquía española?
Esta pregunta era más difícil y el niño no estaba muy fuerte en historia. Se tomó unos minutos para reflexionar antes de dar una respuesta.
- No sé. Me parece que esta pregunta tiene truco, pero me arriesgaré. Creo que no fue un rey sino una reina: Urraca I, Reina de Castilla y de León.
- ¿Lo crees o estás seguro? -dijo el anciano-, aquí no valen las respuestas a medias.
- Estoy seguro, -dijo el niño.
Entonces del barranco subió un tercer rugido espantoso, que creció y creció hasta hacer temblar el suelo y la montaña. Pero enseguida se fue apagando lentamente y perdiéndose en la distancia como un eco de rabia, a medida que el Monstruo del Precipicio se hundía en las profundidades del mundo para no volver jamás. El anciano volvió a hablar.
- ¡Enhorabuena, niño, has sacado sobresaliente! Me alegro de veras. Me caíste simpático desde el primer momento. Adelante, puedes pasar. Y ¡buena suerte!
El niño se despidió y cruzó el puente montado en la cebra. El anciano siguió mirándolos y saludando con la mano hasta que los dos se perdieron al otro lado, en un recodo del camino. La cebra le dijo al niño:
- Muchacho, aun estoy temblando. Por un momento no las tuve todas conmigo. ¿Cómo sabías todas las respuestas?
- Tengo poderes. Ya te lo dije. Y he estudiado mucho.
El niño y la cebra siguieron andando hasta que llegaron a la cueva del dragón. Se escondieron cerca, detrás de unos arbustos desde donde podían observar con comodidad sin ser vistos. La escena era dantesca. El dragón estaba a la puerta de la cueva. Rugía y echaba fuego por la boca. A su lado estaba la princesa dentro de una jaula, semidesnuda y aterrorizada. Y gritaba sin cesar.
- ¡Socorro!, ¡socorro!, ¿es que nadie va a rescatarme? ¿Qué clase de cuento es este?
El dragón, que se llamaba Norberto y tenía muy mala uva le dijo:
- Es inútil que gritéis, princesa, nadie va a oiros (obsérvese que aunque se la iba a comer la trataba de usted).
De pronto sucedió algo inesperado. Una voz gritó ¡Corten! y un tipo grueso provisto de unos papeles irrumpió en la escena y se dirigió hacia el dragón golpeando los papeles con la mano. Estaba muy enfadado.
- ¡Maldita sea, Norberto! Tu frase no es esa. Es la décima vez que hacemos esta escena. Por favor, tienes que decir “Es inútil que gritéis, princesa, nadie va a oiros en mi-llas-a-la-re-don-da.”, -dijo recalcando cada sílaba-. No sé cómo tengo que decírtelo. Además no podemos perder más tiempo, el niño y la cebra deben estar a punto de llegar. Venga. Repetimos una vez más.
El dragón dijo contrito “lo siento, Pedro, es que no me he dado cuenta”. El tipo grueso se retiró, la princesa se puso a gritar otra vez y el dragón volvió a echar fuego por la boca y dijo su frase, esta vez completa. Entonces el niño le dijo a la cebra:
- Creo que ahora nos toca a nosotros.
Salió de detrás de los arbustos y se encaró con el dragón.
- ¡Alto, Norberto!, -gritó-, libera a la princesa o recibirás tu merecido.
El dragón se volvió hacia él y lanzó una furiosa llamarada de humo rojo por la nariz.
- ¿Quién eres tú, enano?, -dijo mirándolo despectivamente desde su enorme altura-, ¡un niño pequeño, y ni siquiera tienes armadura, ni espada, ni nada! ¿De qué vas? Apártate o te asaré como a un pollo, -y de su boca salió una larga y amenazadora lengua de fuego.
- Norberto, eres un desastre, -replicó el niño-, no te enteras de nada. Se ve que ni siquiera te has leído el guión. Soy el rescatador de la princesa y tengo poderes mágicos.
Norberto pareció un poco desconcertado. Miró al niño de hito en hito, después se dirigió a la princesa.
- Pero bueno, ¿es cierto eso?, ¿por qué nadie me explica nada?
La princesa contestó:
- Creo que tienes que cambiar de representante, Norberto. De todas formas este es un cuento muy raro. Yo esperaba un apuesto príncipe y no un niño tan pequeño.
- ¡Eh!, -intervino el niño-, no soy tan pequeño.
- Y es muy listo, -añadió la cebra.
- Bueno, acabemos con esto de una vez -dijo la princesa-, a mi tenéis que liberarme antes de las cinco y cuarto. Aun tienen que peinarme y tengo una rueda de prensa. Así que daros prisa.
Al oir eso el dragón, nuevamente enfurecido, se abalanzó rugiendo y escupiendo fuego sobre el niño. Este hizo un pase mágico, hubo una explosión y de la nube de humo salió Norberto, convertido por arte de magia en un inofensivo ratoncito blanco. Después el niño se acercó a la jaula y liberó a la princesa. Esta lo cogió en brazos.
-¡Vaya! En realidad eres más alto de lo que creía. Y muy guapo -dijo-. ¡Tendremos que casarnos por lo civil!
Y le dio un largo beso. La princesa era simpática y sexy, pero al niño le pareció algo mayor para él y prefirió irse a jugar al fútbol con sus amigos. Claro que antes de eso y tal como había prometido, recompensó a la cebra con 78.000 dólares americanos. Norberto por su parte encontró un empleo estupendo en “Los Aristogatos” de Walt Disney y ya nunca más tuvo que echar fuego por la boca, que era una cosa que siempre le había resultado bastante desagradable.
La cebra, con el dinero que le había dado el niño, compró una bonita casa de campo en el condado de Kent (Inglaterra), se retiró a ella y vivió allí felizmente hasta la vejez. Sus memorias, que se publicaron con el título “Una vida en blanco y negro” fueron un sonado éxito de ventas
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Por supuesto que puedes. Mil gracias por publicarlo. Como en el comentario me pedías permiso para hacerlo he estado buscando un correo tuyo para decirte que sí (yo no contesto ni escribo en los comentarios de mi blog, por norma ya que el blog es simplemente una colección de cuentos), pero en tu perfil no había ningún correo. Así que he venido a tu página y... ¡sorpresa! el cuento ya estaba aquí. En fin, has sido rápido, pero ya que el resultado es el mismo, vale. Espero que le guste a tus lectores.
ResponderEliminarUn saludo,