En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: "No te extrañes que te haya dicho: ´Tienen que renacer de lo alto´. el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, per no sabes de dónde viene, ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu". Nicodemo le preguntó entonces: "¿Cómo puede ser esto?" Jesús le respondió: "Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Te lo aseguro: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna.
Reflexión
Jesús deseaba mostrar a Nicodemo que era un testimonio fiel de las cosas celestes. Él es Dios y conoce mejor que otro nuestras íntimas inspiraciones, así que, dado que se dirigía a un doctor de la ley, Jesús recuerda el episodio de la serpiente de bronce. Durante un largo camino, de Egipto a la Tierra Prometida, los hebreos se rebelaron contra Dios, y una calamidad debida a algunas serpientes les asusta, y diezma la gente. El pueblo pide perdón y Dios ordena hacer una serpiente de bronce, alzarla sobre un asta y mirarla. Todos aquellos que hubiesen contemplado su mirada se habrían salvado. Tal episodio preanunció la redención del hombre, y Jesús se lo mostró a Nicodemo.
Aquél que mira al “Hijo del Hombre” y cree en Él tendrá la vida eterna. En cierto modo también nosotros debemos proseguir nuestro camino en este mundo, siguiendo las huellas de Cristo. Porque aquél que muestra la fe en Cristo con su conducta está destinado a ser visto por todos. Es necesario para la salvación de aquellos que lo desean. Para podernos alzar como la serpiente de bronce y ser señal con la que Cristo cure el mundo de sus enfermedades, no es suficiente la “carne”, es decir, no bastan las posibilidades naturales del hombre, sino que debemos estar dispuestos a aceptar el aliento del Espíritu, que nos sugiere el camino de Cristo en las diversas ocasiones.
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