martes, 7 de septiembre de 2010

EL CABALLO POETA.

Horacio es un caballo con un corazón muy grande. Los caballos, a los que algunos llaman Houyhnhnms, son mucho más inteligentes que las personas, pero generalmente lo ocultan para evitarse problemas.




Horacio era un caballo especialmente sensible y refinado que siempre había querido ser poeta. Un día encontró un gnomo; un gnomo es un duende pequeñito. Muchos gnomos van vestidos de azul y rojo y llevan gorros picudos, pero otros no y son distintos. En todo caso los gnomos son difíciles de ver, pero fáciles de reconocer pues resultan muy característicos. Una vez que has visto uno no te olvidas nunca. Horacio tenía muy buena vista y descubrió al gnomo enseguida, aunque este intentaba ocultarse bajo una hoja. Le dijo:




- Hola gnomo, te he descubierto. Ahora tienes que concederme un deseo.




- ¡Vaya! -replicó el gnomo-, esa es una idea realmente peregrina, ¿de dónde la has sacado?




- Conozco mis derechos -dijo Horacio-, esto es un cuento y en los cuentos los gnomos conceden deseos al que los encuentra. Quiero ser poeta.




El gnomo no tenía ganas de discutir.




- Vale, vale, estoy muy ocupado. ¡Hala! Ya eres poeta. Andando.




Y desapareció.




Horacio se quedó un poco desconcertado, porque pensaba que el gnomo tendría que haber hecho un pase mágico o decir unas palabras raras o algo así, y no estaba seguro de que le hubiera concedido el deseo de verdad. Además tampoco notaba ningún cambio especial en él mismo, ni se sentía más inspirado que antes. Iba pensando en esto cuando se topó con la hormiga.




- Vas muy pensativo, Horacio -lo saludó la hormiga.




Horacio le contó toda la historia y la hormiga dijo:




- Mmmh, sí. Yo diría que no sabrás si tu deseo se ha cumplido hasta que escribas un poema.




A Horacio le pareció una sugerencia muy acertada. Le dio las gracias a la hormiga y se fue a casa a escribir. El primer día escribió un poema. Después lo leyó pero no acababa de gustarle del todo, así que empezó a cambiar primero una palabra, después otra, después otra y así sucesivamente hasta que llegó un momento en que el poema no se parecía en nada al que había escrito al principio. Pasaron los días y Horacio seguía trabajando en su poema. Tan absorto estaba que no salía de casa, y la hormiga y el resto de sus amigos se preguntaban en qué andaría.




Al principio Horacio creía que el poema le saldría rápidamente, pero aquello se iba haciendo cada vez más y más difícil. Se rodeó de diccionarios, de recortes de periódico, de dibujos... de flores. Compró un perro, un periquito y una tortuga de agua. Cruzó un río, subió una montaña, atravesó el desierto para airearse, volvió a casa y siguió escribiendo. Así pasó semanas y semanas trabajando en el poema, hasta que un día por fin se sintió satisfecho y lo dio por terminado. Entonces decidió convocar a todos los animales del bosque para leérselo y saber si era bueno. Envió invitaciones personalizadas a todos: al león, a la cotorra, al gamo, etc. Por ejemplo, la invitación de la hormiga decía así:




“El caballo Horacio invita a la señora hormiga a la lectura de su poema, que se celebrará en la casa del caballo, el próximo jueves a las seis de la tarde. Se ruega etiqueta.”




Y cada animal del bosque recibió la suya. Horacio preparó una fiesta inolvidable con bocadillos, pinchos, bebidas y dulces. Contrató a un grupo de jazz, la “Tucano Dixie Band” para que amenizara la velada y a quince poneys que se encargarían de servir las mesas y atender a los invitados. Por fin llegó el gran día. Todos los animales estaban encantados en la fiesta, pues la comida estaba muy buena, la música era estupenda y la compañía agradable. Además era una ocasión de oro para lucir sus mejores galas y todos se habían puesto lo mejor que tenían. A los postres Horacio hizo sonar una copa con el tenedor y reclamó atención. Todos los animales se callaron y lo miraron, aunque algunos como la comadreja protestaron un poco porque preferían seguir comiendo; de hecho había una tarta de moras que estaba especialmente buena. Horacio dijo:




- Queridos amigos, bienvenidos. No os entretendré mucho -todos suspiraron aliviados-. Como ya sabéis he decidido ser poeta. Os he convocado hoy para leeros mi primer poema. Es un haiku, un poema japonés muy breve. Me ha costado mucho escribirlo y estoy orgulloso de él, pero quisiera vuestra opinión sincera. Ahí va. Este es el poema:




“Amanece,

el zorzal canta,

el bosque es mi casa.”




Hubo un breve y respetuoso silencio, roto inmediatamente por un aplauso atronador. Todos los animales se pusieron en pie al mismo tiempo aplaudiendo. Los monos aplaudían con las cuatro manos a la vez. Se oyeron vivas, hurras, muy buenos y algún que otro silbido de la comadreja. Después el grupo de jazz volvió a tocar, todos se sentaron y dedicaron su atención a las viandas otra vez. Horacio simplemente se puso colorado como un tomate. Dijo “gracias amigos”, y se echó a llorar.


Esta es la historia de Horacio.
VICTOR GONZALEZ

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