jueves, 14 de octubre de 2010
¿Sabe alguien dónde está el Norte?
En esto del ciclismo, si existe una premisa básica por encima del resto, es que: ¡uno no puede quedarse quieto!, entre otras cosas por un principio muy elemental: el que se para o se baja o terminará cayendo.
Esta lógica de perogrullo, viene a cuento porque al parecer no escarmentamos. Un día nuestro amado deporte enfiló por la senda de la caída libre y el primero en saltar abandonando el devaluado barco, ante un inminente desastre, fue su capitán. Figurado y encarnado en la vida real por los interesados e incompetentes estamentos directivos. Siguiendo este símil, nos encontramos que en su fulgurante camino hacia el borde del precipicio, lo último que precisa el supuesto bólido, es añadirle lastre y mermar la ya maltrecha capacidad de frenado.
Esto sin embargo, es lo que entre todos estamos consiguiendo y una temporada tras otra siguen apareciendo nuevos y cuestionados líderes de pies de barro, que aumentan rápidamente su peso mediático y su inconsistente tamaño, generados e incluso alentados por la acuciante y desesperada necesidad de redención que demanda el aficionado. Evidentemente esta carga devaluada, tampoco es compañero adecuado.
Ante tal tesitura, me pregunto: ¿Ha llegado el momento preciso para desertar de tamaño desvarío, antes de que traspase la línea de no retorno? Si damos por sentada la ausencia absoluta de dirección y aceptamos la incapacidad de cambio, por más que intentemos obviarla, seguramente sea la opción más acertada. Aunque de todos es sabido que la pasión, componente básico de la locura sobre ruedas, sin duda puede nublar la razón y llevarnos a negar la evidencia.
Mucho se ha escrito en estos días de total y alocada ebullición, ríos de tinta y millones de mega-bits mal encauzados circulan por el desbocado río del ciclismo. Todo corre sin rumbo, sin destino, exclusivamente con un objetivo: arrollar y hundir más si cabe lo poco noble que aún quedaba. Ante este alud incontrolado, lanzo una pregunta al viento, a ese mismo elemento que tantas veces maldecimos cuando nos da de cara, con la vana esperanza de recibir la respuesta afortunada y ante la remota posibilidad de que él, que todo lo corre y lo escucha, atesore el remedio a tal desgracia.
¿Acaso, sabrá nuestro pertinaz enemigo de la ruta, cual es el rumbo a tomar? ¿Tal vez este dispuesto a desvelarlo, con tal de seguir conservando y sometiendo a sus rendidos esclavos? ¡Aguzad el oído y no perdáis la esperanza! Contadnos lo que a buen seguro os ha de revelar tan interesado aliado. El viento susurra la respuesta, solo falta que surja en medio de la tormenta, el osado capaz de interpretarla.
Pero, ¡cuidado porque otro rival acecha!, otro más entre nuestros tenaces adversarios, siempre en contra del interés colectivo. El tiempo, que no acostumbra a perder la carrera y guarda celoso la respuesta a tan incierto sino, ojala llegue tarde a esa cita inexorable, con un destino que habrá de estrellarnos en la cara el final definitivo.
Algunas veces entre la desesperación y el hastío, por imposible que parezca surge la luz, ¡que así sea!
Un saludo
Eduardo Beltrán
arueda.com
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