
El Hacedor trabajaba como un sastre. Cuando llegaba una delegación, primero les mostraba un catálogo de reyes para que eligieran uno. En el catálogo había reyes de todo tipo: altos, bajitos, rubios, gordos, malvados, con turbante, bondadosos, etc. Y, por supuesto, de todas las razas. Lógico. Sería absurdo que un país africano comprase un rey blanco.
Una vez elegido el modelo de rey, la delegación le explicaba al Hacedor para qué lo querían y el Hacedor diseñaba un prototipo. Esto le llevaba un par de semanas. Cuando lo tenía listo, llamaba a la delegación para que lo examinara pues era muy difícil que un rey saliera bien del todo a la primera y el Hacedor era un perfeccionista. Podía ocurrir que la delegación llegara ante su rey y se postrara diciendo:
– Dios os guarde, Majestad.
Y el rey contestara:
– Levantáos, hijos míos queridos y haré que os corten la cabeza de inmediato.
Lo cual quería decir que algo iba mal. Aquel rey no estaba bien hecho y el Hacedor tenía que deshacerlo, descubrir el fallo, arreglarlo y ponerlo a punto. Con dos o tres pruebas como esta el rey solía quedar acabado. Después la delegación pagaba al Hacedor el precio convenido y se lo llevaba.
Algunas veces venían a buscar un rey de un país tan lejano que el viaje de regreso llevaba muchos años. En esos casos el Hacedor hacía un rey bebé... para que llegara a su país con la edad apropiada
Victor
No hay comentarios:
Publicar un comentario