corazón. Así que me cuesta entender a quienes pretenden anestesiarte regando tu estómago con un excitante como el café mientras te cambian la vida. Cuando mis amigos están abatidos les meto en un coche y me los llevo a Biarritz, Angelu, Baiona, Kanbo…, según sea la causa de la cicatriz, para que compartan allí las malas noticias. En un acantilado, unas veces; apoyados en la barandilla de un puente urbano, otras; o en la mesa, la barra, la terraza de un bar donde está prohibido tomar café. Y en la medida de lo posible dejamos allí las malas noticias, quizás porque ingenuamente parece más difícil que nos puedan seguir por una autopista sembrada de peajes y una muga tan vigilada. De esta manera evitamos asociar los escenarios cercanos con el dolor. Luego, si hace falta volver sobre el tema no hay más que regresar al lugar y respirar hondo para comprobar si es posible articular palabra o uno se ahoga antes siquiera de empezar a hablar. Mañana me han invitado a tomar un café.Carlos marcos .

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