
Reflexión
Ninguno desearía para sí cosas malas sino todo lo contrario. Pues lo que más deseamos los hombres es encontrar la felicidad y regodearnos en ella, no satisfacer un caprichoso placer porque eso esconde siempre como un aborto del amor. Nadie que busque egoístamente su placer está en el fondo feliz. Por ello, siente que las entrañas se le destrozan aunque pasajeramente perciba cierto bienestar. Muy en el fondo sabe que si obra así está echando algo hermoso y dignísimo como el deseo de la felicidad a los perros del placer y a los cerdos de las pasiones. Ellos, que no saben de lo bello sino, al contrario, buscan llenar sus quijadas y sus estómagos de lo inmediatamente deleitable, pisotean, destrozan la belleza de un corazón hecho para lo eterno y no para lo pasajero y banal.
El hombre, en cambio, quiere ser feliz y Cristo declara el camino. No es lo fácil sino lo que cuesta, lo que apalea a las fieras que llevamos dentro que no nos permiten volar a lo alto. No se trata de un castigarse sin razones, se trata de ser feliz y de optar por el camino del amor que es la donación y, por tanto, el olvido de uno mismo. Como cuando una madre se desvive por su hijo amado y se sacrifica por él con gusto, tanto lo ama que colma todo su corazón dándose a él. Su tristeza sería no amarlo. Eso es amor. Desear ser amado es lo más buscado por los hombres. Y si esto es el resumen de la ley y los profetas, busquémoslo dando amor y daremos las perlas a las águilas.
Edgar Pérez
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