El 20 de noviembre del 543, tuvo lugar en Jerusalén la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, erigida sobre la colina de Sión, ante la explanada del templo. Las Iglesias de Oriente han ligado a esta dedicación el recuerdo de la «Entrada el Templo de la Santísima Madre de Dios», que recogen las narraciones antiguas. Por encima del acontecimiento que puede servir como soporte a esta festividad, María aparece hoy la Purísima, «la fuente perpetuamente manante del amor», «el templo espiritual de la santa gloria de Cristo nuestro Dios» (Liturgia bizantina) La Presentación de María, como se dice en Occidente, es el símbolo de la consagración que la Virgen Inmaculada hizo de sí misma al Señor en los albores de su vida consciente. De ahí que nos resulte oportuno el ver a María «llena de gracia», como el modelo de toda vida consagrada. Siendo, como es, modelo de todos los cristianos a quienes el bautismo ha consagrado a Dios por su incorporación a Cristo, María es con especial motivo, el modelo de aquellos y aquellas que han querido hacer de su propia vida una respuesta más plena a la llamada del Evangelio, uniéndose al Señor con los votos de pobreza, castidad y obediencia. Es, asimismo, modelo de los que se consagran para siempre a través del sacerdocio de Cristo y de la Iglesia.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
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